martes, 19 de febrero de 2013

#88




                Imaginé ese momento -talvez otro minúsculo acontecimiento en tu vida-; en el cual aprieto con fuerza tus hombros, exprimo tu espalda y siento cómo descargas tu respiración en mi cuello.
                Si tan sólo la muerte lograse sorprenderme en ese momento; ¿no sería acaso mi alma, la más satisfecha de todas?               

lunes, 15 de octubre de 2012

A.A.C. (3° Aniversario)

   Y un día pasó. Me di cuenta de que en vano criticaba y me burlaba de toda esa gente por el hecho de creer que las cosas que escribían eran sólo cursilerías sin sentido, ni coherencia y muchos menos sentimientos.
   Todas sus frases se encargaban de mencionar: "ojos hermosos", "dulces caricias", "increíbles abrazos", "simples sonrisas" y cosas así.
   Recién hoy me acabo de dar cuenta que es verdad: extraño todas esas pequeñas cosas que aquella persona me daba.
   Ver de cerca esos hermosos ojos; recibir aquellas dulces caricias; o esos increíbles abrazos, que me hacían ver las estrellas; también extraño causar esas pequeñas sonrisas que podría jurar que iluminaban mi vida.
   Y un día pasó. Me volví uno de ellos, uno más. Un tipo que escribe cursilerías.
Ahí vas a estar, riéndote de esto y del grupo al que recientemente me uní. Hasta que un día te pase.

domingo, 14 de octubre de 2012

El otro

Lee y no lo puede creer. ¿Por qué?
No lo sabe.
Y escarba en su día; escarba en su vida.
Es todo tan parecido; como temerle al ridículo.
Abarrotar sus cajones. El arte que nunca hizo.
Piensa el humano reprimido, porque no sabe.
Una balanza; para que sus ojos enloquezcan.
Pero no.
Es que nunca es tarde,
mientras pueda respirar por sí solo.

Uno

Pudiste atarme. Podrías maltratarme, sin que mi sonrisa se borre.
Aunque conformista; y haya yo jurado que jamás...

Inteligencia y sensibilidad, suficiente para cautivar.
Forma, alcanzó para destrozar mi libertad.

Un sentimiento avergonzante por la mañana al despertar; 
ya nada tiene más valor.
Incalculable, como las cosas que desde siempre más me gustaron.

La estupidez se justificó al conocerte. No existe estrategia...
Y todos te miraron, todos te miran. Soy uno más, quizás sólo uno más.
Faltarle el respeto a los moños, desagradecidamente. 
Siempre soy uno más.

Uno más, de todo eso a lo que le di la espalda. Y vos, el arma del enemigo.
El arma más hermoso, clavándose por mi pecho o mi espalda.
Da lo mismo porque me encantaría: sentir tu filo. Rendirme o morir.
Da lo mismo.

Y ahora es así: ríe del tonto, ríe el tonto. Ambos sonríen.

domingo, 27 de mayo de 2012

NNoche

                Ella realmente está recubierta por un halo de luz, luz que la ilumina por completo hasta en las noches más oscuras y sombrías. Y no es metafórico, puedo afirmarlo: porque en esas noches es cuando suelo verla.
                Aunque rodeado yo y rodeada ella, por las criaturas de la medianoche acompañadas por la necesidad y la carencia de necesidades –que son cosas distintas- los sucesos son plácidos. Plácidos. Por cada mirada que ella emita hacia mis ojos, puedo imaginar largas caminatas unidos por una mano. Por cada mirada que yo emita hacia sus ojos, ella puede sentirse algo incómoda.
                El ansiado saludo debe ser demorado. No podría jamás apurar semejante momento de la noche, justo en el cual se concreta nuestro contacto físico. Y dejando la conversación sin terminar, apenas vuelva a escuchar que ella está bien, llega mi hora de irme. Es que la noche me tiene ocupado, o al menos eso es lo que simulo.
                Algunos segundos son suficientes. Y hasta tengo el honor de besar su mejilla, sabiendo bien todo lo que eso puede provocar. Ese segundo en el cual nuestros cuerpos crean un pequeño viento –por el movimiento-, el aroma de su cuello se filtra en mi cerebro. Ese aroma, produce un reflejo imposible de dominar : el cierre de mis párpados acompañado por un suspiro pudoroso. Y luego, del éxtasis accidental, directo a la realidad. 
               Puedo también, de alguna forma tocar su aura y jurar que el halo de luz que la recubre encandila; aunque no más que sus ojos, o su boca, o todas esas partes que encandilan a cualquier hombre. Pero, siento yo, que ese halo no todos los hombres pueden apreciarlo. 
                Estaré un buen rato idealizando, hasta que no pueda soportar más las ganas de cruzar alguna mirada dramáticamente circunstancial. La noche es larga y, me tendrá atado a ella; mientras que, lo bueno se acaba pronto: aunque la busque por todo el recinto nocturno, no podré seguir observándola. Es que debe haber partido con su príncipe bárbaro. O talvez se haya ido solitaria, escapando del aburrimiento que la omnipotente noche ofrece.
                Mientras, yo espero más noches. Y también, espero la noche en que la conversación nazca y no sólo eso: también continúe, prolongadamente como merece. Aunque, para eso seguramente falte bastante tiempo, o el tiempo en que tarde irse el miedo de que dicha conversación no termine jamás.              
               

lunes, 14 de septiembre de 2009

Abrilos (ojos)

     El cronograma académico es algo difícil de respetar cuando se tienen tantas incertidumbres y uno no se siente del todo bien con uno mismo. Algo más difícil es sentirse a gusto durante la hora cátedra de francés, en donde todo puede tornarse perturbador y arruinarte -o mejor dicho, acabar con lo poco que queda- la armonía. La voz de la profesora es tan estridente que siento como entra en mis oídos y hace daño dentro de mi cabeza, no es una buena experiencia. El pizarrón me llama a tomar anotaciones en las que encuentro símbolos –que seguramente son letras en aquel dialecto- y no logra incitarme a rescribirlas a mi cuaderno. Realmente tengo ganas de irme. El día, afuera, está hermoso, podía haberlo comprobado un momento antes.
     Mientras comenzaba a preocuparme a causa del maldito reloj, que estaba absolutamente estancado por la falta de dinámica de la clase unido a mis ganas de irme, encontré algo, que a decir verdad, había tenido siempre a mi lado: una ventana. Enorme, y con una vista con la que podía ser un testigo perfecto de la hermosa tarde que se ofrecía afuera. Olvidé por un momento el inconveniente de la hora que no pasaba y centré mi vista en un altísimo árbol justo en el medio de la ventana salvadora. Creo que nunca antes en la vida podría haber sentido a un árbol como un ser vivo de la manera en que lo estaba haciendo. Era tan alto, sus hojas eran incontables y tan verdes que me estremecía la cantidad de clorofila que podría estar fluyendo por ellas. Las ramas, eran como brazos, muchos brazos, que se movían para arriba, para abajo y para los costados. Me encontré a dos nuevos camaradas de los cuales podía ver a uno, y del otro, simplemente apreciar su labor. El cielo, que era perfectamente celeste: no había dejado ni una sola pequeña nube volar en sus extensiones e innovaba con un bellísimo contraste entre el verde de las ramas y su encendido celeste. Había alguien más que aunque no podía verle físicamente, podía sentir, cuando soplaba unas estratégicas ráfagas que movían por completo el follaje del árbol de tal forma que parecía que éste bailaba al compás de algún ritmo movedizo y sensual. Verdaderamente ya no estaba tan pero tan incómodo en aquel pupitre como sí lo estaba hacía unos instantes, aquel árbol estaba haciéndome sentir bien, al menos eso entendía.
     Hora de irse a casa, no sé cómo el reloj aceleró tanto que había dejado evaporarse cuarenta minutos. No hacía falta ser un genio para saber que había estado cuarenta minutos observando un árbol por una ventana. No fue algo estúpido, me había encantado; ya no me sentía para nada mal. A veces uno no termina de ver lo que lo rodea como realmente debe hacerlo. Era algo que tenía que cambiar rápidamente.

domingo, 12 de julio de 2009

Todo

Ni una canción, ni un poema. Levantar la vista o simplemente dar un paso son las cosas que me hacen recordarte minuto a minuto. Todos esos recuerdos que corroen lo poco que queda de mi corazón. Todos esos recuerdos que acuchillan con furia cada parte de mi pecho y me dejan sin respiración.

Hay algunos,

podría jurar,

que cortan mi sinapsis,

que ponen mi vista blanca,

que hacen temblar mis piernas

igual que un pequeño árbol

en medio de una tormenta,

que me dan electricidad.