Ella realmente está recubierta por un halo de luz, luz que la ilumina por completo hasta en las noches más oscuras y sombrías. Y no es metafórico, puedo afirmarlo: porque en esas noches es cuando suelo verla.
Aunque rodeado yo y rodeada ella, por las criaturas de la medianoche acompañadas por la necesidad y la carencia de necesidades –que son cosas distintas- los sucesos son plácidos. Plácidos. Por cada mirada que ella emita hacia mis ojos, puedo imaginar largas caminatas unidos por una mano. Por cada mirada que yo emita hacia sus ojos, ella puede sentirse algo incómoda.
El ansiado saludo debe ser demorado. No podría jamás apurar semejante momento de la noche, justo en el cual se concreta nuestro contacto físico. Y dejando la conversación sin terminar, apenas vuelva a escuchar que ella está bien, llega mi hora de irme. Es que la noche me tiene ocupado, o al menos eso es lo que simulo.
Algunos segundos son suficientes. Y hasta tengo el honor de besar su mejilla, sabiendo bien todo lo que eso puede provocar. Ese segundo en el cual nuestros cuerpos crean un pequeño viento –por el movimiento-, el aroma de su cuello se filtra en mi cerebro. Ese aroma, produce un reflejo imposible de dominar : el cierre de mis párpados acompañado por un suspiro pudoroso. Y luego, del éxtasis accidental, directo a la realidad.
Puedo también, de alguna forma tocar su aura y jurar que el halo de luz que la recubre encandila; aunque no más que sus ojos, o su boca, o todas esas partes que encandilan a cualquier hombre. Pero, siento yo, que ese halo no todos los hombres pueden apreciarlo.
Estaré un buen rato idealizando, hasta que no pueda soportar más las ganas de cruzar alguna mirada dramáticamente circunstancial. La noche es larga y, me tendrá atado a ella; mientras que, lo bueno se acaba pronto: aunque la busque por todo el recinto nocturno, no podré seguir observándola. Es que debe haber partido con su príncipe bárbaro. O talvez se haya ido solitaria, escapando del aburrimiento que la omnipotente noche ofrece.
Mientras, yo espero más noches. Y también, espero la noche en que la conversación nazca y no sólo eso: también continúe, prolongadamente como merece. Aunque, para eso seguramente falte bastante tiempo, o el tiempo en que tarde irse el miedo de que dicha conversación no termine jamás.